Reflexiones de un recién levantado
REFLEXIONES DE UN RECIÉN LEVANTADO
No tengo nada sobre lo que escribir. En estos momentos no hay nada, entre estos cuatro muros, que atraiga mi atención. Con sendos auriculares, estoy en lo que suele llamarse “mi mundo”. Quizás podría escribir sobre las “diferencias”. La diferencia entre lo que uno quiso decir, y lo que dijo. La diferencia entre lo que uno quiere hacer, y lo que los demás quieren que uno haga. La diferencia entre vida y automatismo. Entre amor y afecto. Entre tristeza e indiferencia.
Tampoco estaría fuera de lugar escribir sobre los sueños, las ilusiones…Sobre los humanos, tan exagerados ellos al proponerse sueños, pero tan cobardes a la hora de llevarlos a la práctica. Y, ¿qué hay de las cárceles? ¿De las jaulas? Tema recurrente sin duda alguna. De todo tipo de cárceles: las que, doradas, nos acomodan, rodean y asfixian con tan dulzura que ni las notamos (y si las notáramos, tampoco querríamos que se fueran), las que, mucho más oscuras, nos atenazan el alma e impiden que podamos abrir las alas y finalmente, aquellas que forman los brazos de alguien en torno a nuestro cuerpo, unos barrotes que en ocasiones son la mejor defensa ante males por llegar.
Si hablamos de jaulas, tendremos pues que hablar de llaves. De cerraduras. Porque toda jaula tiene su llave. Su cerradura: un hueco estrecho por el que entra la luz, el frío, recordándonos así la crudeza del exterior. ¿Está esa llave a nuestro alcance? Yo creo que sí. Pero su tacto es frío. Y su utilización, sin retorno, puesto que abrir la cerradura de una cárcel implica salir y no volver.
Me desperezo, y miro por la ventana. Y hé aquí que se presenta otro tema interesante: el cielo. Blanco, brumoso, y cubierto de nubes a estas horas. Cielo al que miramos en busca de respuestas, y al que, en nuestra imaginación, huimos cuando el peso sobre nuestras espaldas se hace insoportable. Cielo que nos ofrece mundos opuestos, fantásticos, pero al que no podremos acceder. Pero si hay cielo, entonces existe la tierra. Me incorporo a medias y estudio con atención la acera que se ve desde mi ventana. La tierra (en este caso acera) está sucia. Tiene imperfecciones. Las baldosas que la forman no se ajustan en total armonía, hay disensiones entre ellas. Pero es la tierra. La que soporta cada día pisadas, carreras y taconeos impertinentes. La que, como una madre, siempre está ahí para abrazarnos con su silenciosa quietud cuando, desde los vuelos más ambiciosos caemos en picado y nos estrellamos
Ya hemos pensado en cárceles. Y no podemos olvidar los muros, sobre los que me extenderé. Los seres humanos somos maestros consumados a la hora de edificar muros. Con una paciencia y habilidad que no tenemos para otras cosas, piedra a piedra, ladrillo a ladrillo, nos rodeamos de murallas hechas de prejuicios, de ignorancia, de sombras, y encaramados en ellas, disfrutamos de las vistas. Al toparnos con otro de nosotros, otro ser humano (cuyas murallas también tiene levantadas) nos chocamos porque, con esos armatostes de piedra, esos muros en torno nuestro, no podemos tocar a otra persona. Y mucho menos abrazarla. No podemos siquiera verla. A veces sucede que descubrimos que tanto mis murallas como las de la persona de enfrente…¡están hechas de los mismos prejuicios! ¡Y nos encanta! ¡Maravilloso! ¡Los dos tenemos miedo de lo mismo! ¡Estupendo! ¡Vamos a unirnos, a criticar y a obstaculizar todo juntos!
Pero generosos como somos, no podemos evitar derrochar dosis de maestría arquitectónica por el mundo. Y cogemos a nuestra cansada Tierra (de la que hablábamos), y trazamos líneas invisibles que la dividen en pedazos de formas estúpidas. Hasta aquí, yo. Y desde aquí, tú. Nos encaramamos a una torre, y con gesto hosco agarramos algo arrojadizo, ya sea un arco, un rifle, unas palabras y….¡que se atreven a venir los de enfrente! ¡Que yo y mi incultura estaremos preparados para que, horrorizados, solo tengan ganas de marcharse!
Pues vaya, de “recién levantado” me queda poco. Creo que hasta me estoy enfadando. Me molesta tener, cada día, tantas razones por las que pensar en la estupidez humana. Me molesta que la gente se una en rebaños y se pierda a sí misma, y más aún me molesta que intenten venderme a mí el mismo producto: la salvación de mi alma en forma de un Dios (me da igual cuál), de una ideología o una marca de ropa. Me desespera saber que aquellos que no se esconden, aquellos que son valientes y no se protegen con muralla alguna son precisamente los que más sufren, los más olvidados...Odio ver cómo la fuerza de esas personas va poco a poco menguando, intento cerrar los ojos para no ver cómo, en otra pequeña derrota más, se resignan y con lentitud van construyendo sus muros y disfrazándose de cordero. Odio no ser a veces valiente, dar un paso al frente y decir con voz alta y clara: yo por eso no paso.
Pues sí. Odio todo eso y me odio un poco, quizás por no poder cambiarlo. Pero…se acabó. Se acabó el ver las cosas suceder, y no hacer nada. Se acabó el vivir dejando que me vendan la mentira de que “yo no pude cambiar las cosas, tú tampoco podrás”. Se acabó el seguir instalado en la indiferencia y todo por que otra gente más cobarde lo está. Se acabaron los eufemismos, las diplomacias, llamemos las cosas por su nombre. A la incultura, incultura. A la estupidez, estupidez. A la vida, vida. Joder, que es nuestra. Que está esperándonos, aguardando a que entremos en razón, apartemos los convencionalismos a sopapos y nos lancemos a vivirla. Se acabó seguir caminos trazados por otros y vivir bajo la sombra de si les agradará o no.
Tenemos dos buenos ojos para ver las cosas con claridad, un idioma con el que expresar, soñar, reír, y un par de piernas para ver mundo. Nos tenemos a nosotros mismos. Y a los que decidan seguirnos. Ya es hora de subirse al tren. Si esperamos un segundo más de indecisión, se irá. Y al mal tiempo, buena cara. Si nos topamos con predecible cinismo, escepticismo de alguien de algún rebaño, de alguien cuya cobardía cree ver reflejados en los demás, entonces sonriamos y sigamos andando. Que se queden en sus muros, que a nosotros nos queda mucho por ver y no tanto tiempo como creemos.
Y así, lo que en un comienzo se tituló “Reflexiones de un recién levantado” se ha convertido oficialmente en un “Manifiesto de un optimista cabreado”.
Que tengáis un buen día….=)
No tengo nada sobre lo que escribir. En estos momentos no hay nada, entre estos cuatro muros, que atraiga mi atención. Con sendos auriculares, estoy en lo que suele llamarse “mi mundo”. Quizás podría escribir sobre las “diferencias”. La diferencia entre lo que uno quiso decir, y lo que dijo. La diferencia entre lo que uno quiere hacer, y lo que los demás quieren que uno haga. La diferencia entre vida y automatismo. Entre amor y afecto. Entre tristeza e indiferencia.
Tampoco estaría fuera de lugar escribir sobre los sueños, las ilusiones…Sobre los humanos, tan exagerados ellos al proponerse sueños, pero tan cobardes a la hora de llevarlos a la práctica. Y, ¿qué hay de las cárceles? ¿De las jaulas? Tema recurrente sin duda alguna. De todo tipo de cárceles: las que, doradas, nos acomodan, rodean y asfixian con tan dulzura que ni las notamos (y si las notáramos, tampoco querríamos que se fueran), las que, mucho más oscuras, nos atenazan el alma e impiden que podamos abrir las alas y finalmente, aquellas que forman los brazos de alguien en torno a nuestro cuerpo, unos barrotes que en ocasiones son la mejor defensa ante males por llegar.
Si hablamos de jaulas, tendremos pues que hablar de llaves. De cerraduras. Porque toda jaula tiene su llave. Su cerradura: un hueco estrecho por el que entra la luz, el frío, recordándonos así la crudeza del exterior. ¿Está esa llave a nuestro alcance? Yo creo que sí. Pero su tacto es frío. Y su utilización, sin retorno, puesto que abrir la cerradura de una cárcel implica salir y no volver.
Me desperezo, y miro por la ventana. Y hé aquí que se presenta otro tema interesante: el cielo. Blanco, brumoso, y cubierto de nubes a estas horas. Cielo al que miramos en busca de respuestas, y al que, en nuestra imaginación, huimos cuando el peso sobre nuestras espaldas se hace insoportable. Cielo que nos ofrece mundos opuestos, fantásticos, pero al que no podremos acceder. Pero si hay cielo, entonces existe la tierra. Me incorporo a medias y estudio con atención la acera que se ve desde mi ventana. La tierra (en este caso acera) está sucia. Tiene imperfecciones. Las baldosas que la forman no se ajustan en total armonía, hay disensiones entre ellas. Pero es la tierra. La que soporta cada día pisadas, carreras y taconeos impertinentes. La que, como una madre, siempre está ahí para abrazarnos con su silenciosa quietud cuando, desde los vuelos más ambiciosos caemos en picado y nos estrellamos
Ya hemos pensado en cárceles. Y no podemos olvidar los muros, sobre los que me extenderé. Los seres humanos somos maestros consumados a la hora de edificar muros. Con una paciencia y habilidad que no tenemos para otras cosas, piedra a piedra, ladrillo a ladrillo, nos rodeamos de murallas hechas de prejuicios, de ignorancia, de sombras, y encaramados en ellas, disfrutamos de las vistas. Al toparnos con otro de nosotros, otro ser humano (cuyas murallas también tiene levantadas) nos chocamos porque, con esos armatostes de piedra, esos muros en torno nuestro, no podemos tocar a otra persona. Y mucho menos abrazarla. No podemos siquiera verla. A veces sucede que descubrimos que tanto mis murallas como las de la persona de enfrente…¡están hechas de los mismos prejuicios! ¡Y nos encanta! ¡Maravilloso! ¡Los dos tenemos miedo de lo mismo! ¡Estupendo! ¡Vamos a unirnos, a criticar y a obstaculizar todo juntos!
Pero generosos como somos, no podemos evitar derrochar dosis de maestría arquitectónica por el mundo. Y cogemos a nuestra cansada Tierra (de la que hablábamos), y trazamos líneas invisibles que la dividen en pedazos de formas estúpidas. Hasta aquí, yo. Y desde aquí, tú. Nos encaramamos a una torre, y con gesto hosco agarramos algo arrojadizo, ya sea un arco, un rifle, unas palabras y….¡que se atreven a venir los de enfrente! ¡Que yo y mi incultura estaremos preparados para que, horrorizados, solo tengan ganas de marcharse!
Pues vaya, de “recién levantado” me queda poco. Creo que hasta me estoy enfadando. Me molesta tener, cada día, tantas razones por las que pensar en la estupidez humana. Me molesta que la gente se una en rebaños y se pierda a sí misma, y más aún me molesta que intenten venderme a mí el mismo producto: la salvación de mi alma en forma de un Dios (me da igual cuál), de una ideología o una marca de ropa. Me desespera saber que aquellos que no se esconden, aquellos que son valientes y no se protegen con muralla alguna son precisamente los que más sufren, los más olvidados...Odio ver cómo la fuerza de esas personas va poco a poco menguando, intento cerrar los ojos para no ver cómo, en otra pequeña derrota más, se resignan y con lentitud van construyendo sus muros y disfrazándose de cordero. Odio no ser a veces valiente, dar un paso al frente y decir con voz alta y clara: yo por eso no paso.
Pues sí. Odio todo eso y me odio un poco, quizás por no poder cambiarlo. Pero…se acabó. Se acabó el ver las cosas suceder, y no hacer nada. Se acabó el vivir dejando que me vendan la mentira de que “yo no pude cambiar las cosas, tú tampoco podrás”. Se acabó el seguir instalado en la indiferencia y todo por que otra gente más cobarde lo está. Se acabaron los eufemismos, las diplomacias, llamemos las cosas por su nombre. A la incultura, incultura. A la estupidez, estupidez. A la vida, vida. Joder, que es nuestra. Que está esperándonos, aguardando a que entremos en razón, apartemos los convencionalismos a sopapos y nos lancemos a vivirla. Se acabó seguir caminos trazados por otros y vivir bajo la sombra de si les agradará o no.
Tenemos dos buenos ojos para ver las cosas con claridad, un idioma con el que expresar, soñar, reír, y un par de piernas para ver mundo. Nos tenemos a nosotros mismos. Y a los que decidan seguirnos. Ya es hora de subirse al tren. Si esperamos un segundo más de indecisión, se irá. Y al mal tiempo, buena cara. Si nos topamos con predecible cinismo, escepticismo de alguien de algún rebaño, de alguien cuya cobardía cree ver reflejados en los demás, entonces sonriamos y sigamos andando. Que se queden en sus muros, que a nosotros nos queda mucho por ver y no tanto tiempo como creemos.
Y así, lo que en un comienzo se tituló “Reflexiones de un recién levantado” se ha convertido oficialmente en un “Manifiesto de un optimista cabreado”.
Que tengáis un buen día….=)
2 Comments:
Y que vivan tus manifiestos.
¡¡Que energía ya desde por la mañana!!
un 10 para ti.
*YoPiÑa* (AdRi)
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