Tuesday, December 19, 2006

"I used to be normal, but it drove me crazy!"

He robado sin remordimiento alguno para mi título la frase que veis. Entre todos los temas que estaba barajando para escribir, he elegido uno sobre el que (creo) tengo bastante que decir: lo "normal", la "normalidad", y sus efectos.

Normal. Normal, normal....¿Normal? ¡Normal! Repitámoslo una y otra vez. Cuanto más lo oigo, peor me suena. Aunque cambie la entonación o la situación en que se dice, yo siempre intento utilizar otra palabra. Y, ¿por qué, se preguntan algunos, esa obsesión mía acerca de esa palabra? Porque en nuestra sociedad ya casi laica, desprovista de mitos y supersticiones, es uno de los últimos dogmas. El, por decirlo así, último Dios al que la mayoría adora.

Y mi pregunta es, ¿qué ha ocurrido? ¿Qué ha podido suceder para que toda una generación de ciudadanos más o menos libres, seguros, abastecidos como nosotros se haya arrodillado ante un Dios en pleno siglo XXI?

Para responder a esa pregunta, comencemos con lo básico: lo que entendemos por "normal" es en realidad lo "convencional". Lo convencional, es esa ley no escrita que la mayoría (énfasis en "la mayoría") acepta por bueno. Pero esa mayoría, como buen rebaño que es, no siempre pasta en el mismo sitio y va variando, conducida dócilmente de un sitio a otro por los "pastores" que son las modas, los miedos, las ideologías, las religiones....Todo ello lleva a que lo que la mayoría toma HOY por bueno puede ser desdeñado al día siguiente.

Pero, ¿de dónde vienen esas modas? Tomemos un ejemplo para entendernos: fumar. Hace un par de décadas fumar representaba el símbolo del éxito social, de la madurez, y daba una imagen de fortaleza, rebeldía. ¿De dónde vino eso? Algunos dirán que obviamente, la culpa la tenía la publicidad, fomentando esa imagen. Pero si la publicidad tendía a mostrar a los fumadores como triunfadores, era porque sabía que esa imagen tendría éxito entre nosotros. Es la típica situación del huevo y la gallina...¿quién empezó antes, los consumidores (nosotros) a seguir lo que la publicidad marcaba, o la publicidad en cambio actuaba siguiendo nuestros gustos?

La respuesta, como suele suceder, es que ambas cosas son ciertas. ¿Nos lava el cerebro la publicidad, las modas, para que tengamos una imagen de "normal"? Cierto. ¿Nosotros aceptamos ese lavado de cerebro, y conseguimos así que la publicidad vea que su estrategia tiene éxito (Y siga haciéndolo)? También. Estupendo, pues ya tenemos culpables. Pero, observemos que en ir a la iglesia cada domingo en un pueblo cerrado, gastar innecesariamente en cosas porque son de una determinada marca, hablar usando un tipo de palabras concreto, en todo eso hay algo en común: nuestra obsesión por parecer "normales" a ojos de los demás.

Esta es una cosa muy graciosa, aunque bien pensada, dan más bien ganas de llorar. Normales a ojos de los demás. Pero, ¿acaso los demás no tienen también sus rarezas, y tampoco son "normales"? ¿Por qué debemos de fingir ser algo delante de gente que tampoco lo es? La triste respuesta es: porque ellos PRETENDEN que lo son. Es muy estúpido, si lo pensáis. Todos pretendemos ser normales, cuando en realidad nadie lo es. Pretendemos ser algo que no existe, y lo que es peor, todos sabemos que no existe, y aún a sabiendas nos ponemos la máscara. Pero en muchas ocasiones, ¿acaso tenemos otra opción?

Y aquí entramos de lleno en otro aspecto de la gran mentira de "lo normal". De acuerdo, no existe lo normal, no existe esa persona a la que todos queremos parecernos. Pero a pesar de no existir como tal, sus carácteristicas, eso sí que existe. Para ser más claros: no existe "la persona normal", pero sí que existe "lo que haría alguien normal", "lo que le gusta a alguien normal" "lo que se pondría alguien normal", eso existe y todos lo sabemos....totalmente ridículo...¡Pero tiene que tener un origen! Todo eso no puede haber salido de la nada.

Y no es de la nada de donde ha salido. Partimos de algo que ya hemos dicho: a los seres humanos nos gusta escondernos. Pasar por la vida con modestia, con recato, con silencio, que no se nos note. Que alguien pueda analizar nuestra vida, hábitos y rutina y pueda decir "no hay nada fuera de lo normal". Buenos ciudadanos. Por ese deseo de no salirnos de la raya, nos contenemos muchas veces y ahogamos nuestros propios sueños e ilusiones para que no nos señalen. Y al hacerlo, quizás sin darnos cuenta, estamos cometiendo una enorme estupidez. ¿Qué queremos? ¿Pasar la vida sobre puntillas? ¿Reprimiéndonos para que al de al lado no se le tuerza el gesto?

Admitámoslo, nos asustan las multitudes con mirada inquisidora. Y es comprensible, porque por separado, si analizamos a cada una de las personas que componen esa multitud, no son más que humanos como nosotros, y ninguna de ellas normal, todas ellas pretendiéndolo, y ocultándose. Pero cuando se juntan todas, y canalizan todas sus voluntades hacia lo mismo, hacia un "acto de normalidad" (celebrar una fiesta, reunión, misas, ir de compras, etc) cualquiera se pone gallito y se sale de la fila. Porque todas, sin excepción, las miradas se clavarían en nosotros. Y eso duele. Y eso hace que traguemos saliva, nos traguemos nuestras palabras también y pensemos "bueno, ir en dirección de la corriente dolerá menos".

Y entonces descubrimos la maravilla de "ser normales". Cómo mola de vez en cuando hacer como que uno es uno más, que uno se ha uniformizado con la mayoría, y suprimir hasta el más pequeño rincón de nuestra voluntad por unas horas...La sensación, que yo he sentido a veces, nos vuelve ebrios de sociedad, es casi una droga de diseño. ¡Fantástico, estamos haciendo exactamente lo que todo el mundo hace! ¡Si alguien nos viera, estaría orgulloso de nosotros! Lo que viene a ser, lo mucho que nos gusta convertirnos en borregos a cambio de una palmadita en el hombro que nos diga "Bien hecho, eres uno más".

Lo más curioso del asunto es que, este aborregamiento de la sociedad bajo la palabra NORMAL estaba antes justificado cuando había más incultura, una mayor religiosidad, un mayor sentimiento de unión. Pero ahora, a los ciudadanos occidentales nos ha dado por proclamar que somos todos diferentes, únicos y libres. ¡Y vaya fiesta que hemos montado! Y vaya ridículo que hemos hecho. Es que después de todo, si a cualquier persona le preguntas, (y me incluyo) le faltará tiempo para responder que él "no se deja llevar por mayorías" que él es "único y especial". Y en realidad, más que "viva la diversidad!" en esa fiesta de la que hablábamos tendríamos que haber colgado el cartel "¡Antes nos reuníamos en iglesias, y ahora en centros comerciales!" Porque no hemos hecho más que eso: retirar las biblias, las supersticiones, y introducir en nuestra vida las modas, los lápices de labios, los peinados, los vaqueros, las discotecas....Pero en resumen seguimos haciendo lo mismo: ponernos una máscara que diga normal. Y así dormimos tranquilos cada día pensando que hemos sido capaces de mantener la farsa un día más.

Aclaro, para ya acabar, que estoy exagerando dado que hay mucha gente que no se deja llevar tanto, y en general se podría decir que mucha gente ha preservado una parte de sí mismos, e incluso gente que intenta ser sí misma en cada acto. Soy consciente de eso. Sólo pretendía desnudar el concepto de "normal", (al que, como habéis visto, odio), quitarle toda importancia, y dejarle arrinconado, temblando, en un rincón, porque me gustaría que la gente entendiera que es un concepto vacío, sin valor, y muy peligroso. Que al seguir sus notas, nos perdemos a nosotros mismos, y todo por algo que no existe.

Yaer

Monday, December 18, 2006

Reflexiones de un recién levantado

REFLEXIONES DE UN RECIÉN LEVANTADO

No tengo nada sobre lo que escribir. En estos momentos no hay nada, entre estos cuatro muros, que atraiga mi atención. Con sendos auriculares, estoy en lo que suele llamarse “mi mundo”. Quizás podría escribir sobre las “diferencias”. La diferencia entre lo que uno quiso decir, y lo que dijo. La diferencia entre lo que uno quiere hacer, y lo que los demás quieren que uno haga. La diferencia entre vida y automatismo. Entre amor y afecto. Entre tristeza e indiferencia.

Tampoco estaría fuera de lugar escribir sobre los sueños, las ilusiones…Sobre los humanos, tan exagerados ellos al proponerse sueños, pero tan cobardes a la hora de llevarlos a la práctica. Y, ¿qué hay de las cárceles? ¿De las jaulas? Tema recurrente sin duda alguna. De todo tipo de cárceles: las que, doradas, nos acomodan, rodean y asfixian con tan dulzura que ni las notamos (y si las notáramos, tampoco querríamos que se fueran), las que, mucho más oscuras, nos atenazan el alma e impiden que podamos abrir las alas y finalmente, aquellas que forman los brazos de alguien en torno a nuestro cuerpo, unos barrotes que en ocasiones son la mejor defensa ante males por llegar.

Si hablamos de jaulas, tendremos pues que hablar de llaves. De cerraduras. Porque toda jaula tiene su llave. Su cerradura: un hueco estrecho por el que entra la luz, el frío, recordándonos así la crudeza del exterior. ¿Está esa llave a nuestro alcance? Yo creo que sí. Pero su tacto es frío. Y su utilización, sin retorno, puesto que abrir la cerradura de una cárcel implica salir y no volver.

Me desperezo, y miro por la ventana. Y hé aquí que se presenta otro tema interesante: el cielo. Blanco, brumoso, y cubierto de nubes a estas horas. Cielo al que miramos en busca de respuestas, y al que, en nuestra imaginación, huimos cuando el peso sobre nuestras espaldas se hace insoportable. Cielo que nos ofrece mundos opuestos, fantásticos, pero al que no podremos acceder. Pero si hay cielo, entonces existe la tierra. Me incorporo a medias y estudio con atención la acera que se ve desde mi ventana. La tierra (en este caso acera) está sucia. Tiene imperfecciones. Las baldosas que la forman no se ajustan en total armonía, hay disensiones entre ellas. Pero es la tierra. La que soporta cada día pisadas, carreras y taconeos impertinentes. La que, como una madre, siempre está ahí para abrazarnos con su silenciosa quietud cuando, desde los vuelos más ambiciosos caemos en picado y nos estrellamos

Ya hemos pensado en cárceles. Y no podemos olvidar los muros, sobre los que me extenderé. Los seres humanos somos maestros consumados a la hora de edificar muros. Con una paciencia y habilidad que no tenemos para otras cosas, piedra a piedra, ladrillo a ladrillo, nos rodeamos de murallas hechas de prejuicios, de ignorancia, de sombras, y encaramados en ellas, disfrutamos de las vistas. Al toparnos con otro de nosotros, otro ser humano (cuyas murallas también tiene levantadas) nos chocamos porque, con esos armatostes de piedra, esos muros en torno nuestro, no podemos tocar a otra persona. Y mucho menos abrazarla. No podemos siquiera verla. A veces sucede que descubrimos que tanto mis murallas como las de la persona de enfrente…¡están hechas de los mismos prejuicios! ¡Y nos encanta! ¡Maravilloso! ¡Los dos tenemos miedo de lo mismo! ¡Estupendo! ¡Vamos a unirnos, a criticar y a obstaculizar todo juntos!

Pero generosos como somos, no podemos evitar derrochar dosis de maestría arquitectónica por el mundo. Y cogemos a nuestra cansada Tierra (de la que hablábamos), y trazamos líneas invisibles que la dividen en pedazos de formas estúpidas. Hasta aquí, yo. Y desde aquí, tú. Nos encaramamos a una torre, y con gesto hosco agarramos algo arrojadizo, ya sea un arco, un rifle, unas palabras y….¡que se atreven a venir los de enfrente! ¡Que yo y mi incultura estaremos preparados para que, horrorizados, solo tengan ganas de marcharse!

Pues vaya, de “recién levantado” me queda poco. Creo que hasta me estoy enfadando. Me molesta tener, cada día, tantas razones por las que pensar en la estupidez humana. Me molesta que la gente se una en rebaños y se pierda a sí misma, y más aún me molesta que intenten venderme a mí el mismo producto: la salvación de mi alma en forma de un Dios (me da igual cuál), de una ideología o una marca de ropa. Me desespera saber que aquellos que no se esconden, aquellos que son valientes y no se protegen con muralla alguna son precisamente los que más sufren, los más olvidados...Odio ver cómo la fuerza de esas personas va poco a poco menguando, intento cerrar los ojos para no ver cómo, en otra pequeña derrota más, se resignan y con lentitud van construyendo sus muros y disfrazándose de cordero. Odio no ser a veces valiente, dar un paso al frente y decir con voz alta y clara: yo por eso no paso.

Pues sí. Odio todo eso y me odio un poco, quizás por no poder cambiarlo. Pero…se acabó. Se acabó el ver las cosas suceder, y no hacer nada. Se acabó el vivir dejando que me vendan la mentira de que “yo no pude cambiar las cosas, tú tampoco podrás”. Se acabó el seguir instalado en la indiferencia y todo por que otra gente más cobarde lo está. Se acabaron los eufemismos, las diplomacias, llamemos las cosas por su nombre. A la incultura, incultura. A la estupidez, estupidez. A la vida, vida. Joder, que es nuestra. Que está esperándonos, aguardando a que entremos en razón, apartemos los convencionalismos a sopapos y nos lancemos a vivirla. Se acabó seguir caminos trazados por otros y vivir bajo la sombra de si les agradará o no.

Tenemos dos buenos ojos para ver las cosas con claridad, un idioma con el que expresar, soñar, reír, y un par de piernas para ver mundo. Nos tenemos a nosotros mismos. Y a los que decidan seguirnos. Ya es hora de subirse al tren. Si esperamos un segundo más de indecisión, se irá. Y al mal tiempo, buena cara. Si nos topamos con predecible cinismo, escepticismo de alguien de algún rebaño, de alguien cuya cobardía cree ver reflejados en los demás, entonces sonriamos y sigamos andando. Que se queden en sus muros, que a nosotros nos queda mucho por ver y no tanto tiempo como creemos.

Y así, lo que en un comienzo se tituló “Reflexiones de un recién levantado” se ha convertido oficialmente en un “Manifiesto de un optimista cabreado”.

Que tengáis un buen día….=)

Saturday, December 16, 2006

De los viajes y mentalidades.....

Son éstos dos temas que, aunque en apariencia no tienen mucho que ver el uno con el otro, están bastante unidos.

La verdad es que, haciendo memoria no consigo recordar a nadie que dijera explícitamente: "No me gusta viajar". En teoría es algo que nos encanta a todos, por unos días dejar nuestro trabajo colgado en una percha en la pared, y cambiar de aires por un (no tan) módico precio. La sensación, más intensa para unos que para otros, es totalmente maravillosa: es sorprendente lo poco que tiene que cambiar nuestro entorno, diferentes calles, diferentes rutinas, para que en nuestro interior, todo cambie tantísimo.

Pero en este asunto se aplica, cómo no, la lógica que guía la conducta humana: sencillamente, cada uno lo vemos de una forma distinta. Y cada uno disfruta de los viajes a su manera, o maldice la idea de haber viajado, a su manera. Las circunstancias en que hacemos un viaje. Por poner un ejemplo, Madrid siempre ha simbolizado para mí lo que no me gusta en una ciudad: demasiado grande, demasiada gente, demasiado poco espacio y tiempo para uno mismo, agobio, horarios, y prisas. Y sin embargo, una amiga mía hizo su primer viaje largo a Madrid en un momento en el que necesitaba escaparse de todo. Y para ella, Madrid simboliza la libertad, el sitio al que uno puede acudir para evadirse un rato.

Y aquí entra en juego algo muy importante relacionado con el viajar: el hecho de que, al irnos a otro sitio, nos convertimos de pronto en desconocidos. Esto sucede en mayor medida cuanto más pequeño sea el sitio de donde venimos, y más grande al que viajamos. Esta sensación abruma bastante al principio, porque nos asusta ver tantas caras distintas a las que no importamos nada, no hay nadie en esta ciudad que se detenga al reconocerte, te salude y se interese por tí. En cierta medida, eres invisible. Pero el ser invisible tiene sus ventajas. Y es que uno se puede dedicar a analizar lo que le rodea, formarse impresiones sin que nadie le moleste.

Porque, admitámoslo, nunca podremos analizar objetivamente el sitio donde hemos nacido y vivido. Tenemos demasiados sentimientos por él. Y eso nos ayuda, claro está, a sentirnos a gusto en nuestra vida, a sentirnos en casa. Pero por otro lado, nos dificulta cuando queremos saber cómo es exactamente nuestro hogar.

Hogar...Palabra tan importante, una de esas que todo el mundo entiende pero para la que no existe definición. En ocasiones el hogar coincide con el lugar de nacimiento. Y en ocasiones no. Porque sucede a veces que, al viajar, desde nuestro punto de vista de "persona invisible" somos capaces de analizar objetivamente un sitio, y es precisamente entonces cuando entendemos que hemos encontrado nuestro hogar. Este hogar suele estar formado de unos elementos en apariencia pequeños y sin importancia. Pensadlo, y todos hallaréis algo. Volver a casa, y que las bestias que tengo por perras se me lancen encima, el reflejo de color caoba que alumbra mi cuarto cuando el flexo da contra la mesa, leer el periódico de resaca y atracarme a sobaos....

Mucha gente parece creer que lo que hace un hogar es la flamante cocina, el salón decorado con buen gusto, el frigorífico lleno...es esa gente que al viajar, o mudarse a un nuevo sitio, de repente, se siente fría y sin encajar. Y entonces es cuando echamos de menos la radio del vecino cabrón, jodiéndonos los ratos de sueño, (vaya cabrito el vecino, pero era nuestro vecino, formaba parte de nuestro hogar!), el pequeño sofá donde no hace tanto tiempo todos se amontonaban y peleaban por el mando...todos esos pequeños detalles brillan dolorosamente por su ausencia.

Hemos hablado de viajes, pero aún ni hemos rozado el tema de las mentalidades. Y es que, lo crea la gente o no, nuestra impresión de un país depende al cien por cien de nuestra mentalidad. De lo abierta o cerrada que sea. Los españoles tenemos una (bien merecida a veces) fama de ser incapaces de dejarnos la mentalidad en casa. En lugar de disfrutar de un nuevo sitio por lo que es, de descubrir nuevas miradas, de encontrar un nuevo posible hogar, fallamos al intentar traernos nuestro hogar. Un hogar que no cabe en nuestra maleta. Un tanto ciegos, pretendemos crear una Mini España, y nos da igual si sucede eso en París, o en Egipto.

En nuestra vida diaria, nuestra rutina, vivimos con frecuencia en una jaula de oro: totalmente protegidos, abastecidos, pero con pocas posibilidades de ver las cosas de un punto de vista. Por eso, los viajes representan una de las pocas oportunidades que tenemos de ver más allá. De aprender, de abrir nuestra mente...y si en vez de salir de esa jaula de oro cuando podemos, decidimos llevárnosla entre el equipaje, entonces permanerecemos siempre estancados en un mismo sitio. Por mucho que viajemos, cojamos aviones, gastemos dinero, seguiremos en nuestra misma ciudad, con nuestra mentalidad atándonos de pies y manos.

Y es que, ¿cómo demonios pretendemos entender un nuevo país, si aún no hemos dejado el nuestro? Y es ahí donde surgen los prejuicios, las generalizaciones (que tanto daño hacen), y esas clasificaciones que tan graciosas nos parecen. Los franceses, son estirados y mentirosos, los italianos son unos pesados y maleducados, los árabes unos incultos e inferiores a nosotros. Magnífico. En dos palabras hemos sentenciado a millones de personas. Y no necesitamos más, agarramos nuestra inseparable intolerancia, nuestras mil y una comodidades y excesos, cogemos un avión, y disfrutamos de los mejores restaurantes, las mejores visitas guiadas...y por la noche al hotel....con París bullendo a pocos metros de nosotros, y nosotros ciegos pretendemos andar por la Castellana.

La conclusión es que hay muchísimo que aprender al viajar. Muchas miradas distintas. Un atardecer en el Sena, un cuarteto de cuerda animando la puerta de Santa Maria dei Fiori en Florencia, un pintor callejero en el Nový Hrad de Praga...todo eso está para quien quiera y pueda verlo...para quien se tome la molestia de, al subirse al avión, despedir con el pañuelo a su intolerancia, que castigada en tierra, lo esperará hasta su regreso.

Yaer

Tuesday, December 12, 2006

De los sentimientos...

Con un título tan ambicioso, difícil es que lo que yo escriba no vaya a resultar un poco confuso. De manera que, desde este momento advierto que leer esto de principio a fin puede suponer todo un reto y más de un dolor de cabeza. Advertidos quedáis.


Amamos. Y según muchísima gente que sabe de esto (o dice que sabe), ésa es una de las características más notables que nos diferencian y señalan como especie aparte. El hecho de que amamos. Y no ese amor, esa ternura, instinto de protección que puede sentir un padre hacia sus hijos, una hermana hacia su hermano, sentimiento por otro lado digno de elogios...porque está demostrado que los animales tambien albergan tales sentimientos.

Es de otra cosa de lo que hablo. Hablo de la obsesión. De cuando las emociones se acumulan dentro y un mero gesto, sea una sonrisa, una mirada, una simple mención, desencadena todo un torrente de escalofríos, de esa curiosa sensación semejante a la que sentimos cuando, bajando unas escaleras, nos saltamos un peldaño. Y las piezas poco a poco, encajan maravillosamente: sentimos como se desvanecen las dudas, las cuestiones existenciales, todo adquiere un grande y luminoso sentido. Todo lo hacemos por él, por ella. Y nos llena la convicción de que ese él o ella ha llegado para quedarse. Porque una vez que lo hemos conocido, que hemos estructurado nuestra vida en función de ese eje, la mera posibilidad de que desaparezca nos llena de aprensión.

Pero llegó el momento de recitar todas esas cosas que, a diferencia del párrafo anterior, no son bienvenidas en un oído enamorado. El que se siente enamorado se ve preso de algo muy peligroso: la convicción de que el amor es un cheque en blanco, un capital sin límites que nunca se agota. Algo que podemos despilfarrar sin pensar en las consecuencias. Y es que efectivamente durante un tiempo (más o menos largo, pero nunca ilimitado) parece ser así. Sobretodo si el amor es correspondido. Porque, ¿quién es tan necio, tan cenizo, al montarse en una apasionante atracción de feria, como para no disfrutar y pensar en los posibles mareos posteriores, o sufrir por el precio del billete? Nadie, o muy muy poca gente.

Es tan inaudito, tan maravilloso, tan deliciosamente incomprensible el sentimiento de amar y ser amado sin límite ni razón, que cuando nos sucede, solemos dejarnos de meditaciones, de reflexiones, de comernos la cabeza, y nos lanzamos al todo por el todo. No comprendemos qué nos ocurre, no queremos pensar en el antes, ni en el después, solo cerramos los ojos, nos dejamos llevar y embriagarnos los sentidos....Es tan condenadamente fácil dejarse mecer por la melodía, bailar al sonido que tocan nuestros sentimientos...

Pero hasta la atracción de feria más fascinante termina por agotar. Incluso con los ojos cerrados, memorizamos inconscientemente cada looping, cada bajada, cada giro, y cada nueva vez que nos montamos, nos sabe a menos. Nos resulta tan familiar, que cuanto más lo pensamos, menos disfrutamos. Y entonces nos entran ganas de abrir los ojos. Los abrimos...y en ese momento sin saberlo hemos dado un paso sin vuelta atrás. Al abrir los ojos, vemos a esa maravilla de atracción tal y como es, sin añadidos, ni subjetividades, ni pedestales...y descubrimos que no es perfecta. Y que cada vez, a cada vuelta se esfuerza menos en disimular sus imperfecciones, cansada quizás de que nos subamos una y otra vez.

Pero rechazamos ser consecuentes, y por última vez, nos convencemos de que es posible volver a lo de antes. Cerramos los ojos, esta vez forzándonos, sin que sea natural, y quizás durante un par más de viajes consigamos recuperar la ilusión de los primeros. Pero, en nuestra mente, los remordimientos, la imagen real de lo que tanto queremos cada vez crecen más en fuerza, y tapan todo rastro de disfrute o de entusiasmo. Así que decidimos que pese a quien pese, llegó el momento de hacer balance.

Los resultados suelen ser desastrosos. Descubrimos que sin darnos cuenta, al pagar un pequeño precio por cada billete, por cada viaje, hemos pagado un enorme precio en total. Que nuestros otrora amigos, nos han visto subirnos demasiadas veces, y desde abajo, con el ceño fruncido, se dan cuenta de lo poco que contamos con ellos, y uno a uno, se van retirando, prometiéndose a sí mismos (y habitualmente cumpliendo) que las cosas jamás volverán a ser iguales con nosotros. Al hacer balance, seremos afortunados si, pacientemente al pie del carrusel donde nos hemos subido, quedan dos o tres incondicionales, esperando que recobremos el sentido y volvamos.

Y entonces todas esas pequeñas reflexiones que debieron haber acompañado a cada pequeño acto de amor, (reflexiones que nos negamos a hacer en su momento) llegan en chaparrón. Y nos abruman las responsabilidades. Las consecuencias. El vacío. Hemos dado tanto, hemos cedido inconscientemente una pequeña parte de nosotros en cada vuelta, cada looping, cada exclamación de entusiasmo, que al bajarnos nos sentimos mareados, vuelta al planeta tierra. Para el resto de los que nos rodean, este final era totalmente previsible si nos miraban desde abajo, y oiremos numerosos "ya te lo dije" y similares. Pero para nosotros es totalmente incomprensible.

Y sin comerlo ni beberlo, hé aquí que volvemos a nuestra habitual existencia. Pero ya no somos los mismos. Nos convertimos en fugitivos, huyendo de un pasado que siempre parece acechar, de unos días mejores de los que queremos (y debemos) olvidarnos, pero en cuyos detalles nos recreamos enfermizamente. Somos incapaces de concebir un futuro, ni siquiera un presente, sin compararlo con ese pasado. Poco a poco esos días van quedando atrás, y como corresponde, los idealizamos. De pronto olvidamos el precio, el mareo, los amigos poco a poco marchándose de nuestro lado, y brillan con fuerza los recuerdos de nuestra ancha sonrisa, nuestra ilusión..esto podría resumirse con una frase: el haber sido feliz de una manera en el pasado impide que lo seamos de otra ahora, en el presente.

Y es que, algo que cuesta entender a cualquier edad, es que hay muchas maneras de ser feliz. Tantas como personas hay en este mundo. Cerrarse a la vida porque una historia no funcionó es totalmente inútil. De mártires el mundo siempre ha estado lleno, y no hay razón alguna para unirse a esa lista interminable de personas que no supieron rehacerse por su propia obcecación en un pasado que jamás se repetirá. Aquí acaban las reflexiones por hoy, esta vez en el tono optimista que corresponde. Y ánimo a los que se sientan identicados con la historia, porque sabéis tan bien como yo que el destino dará muchas más vueltas =)

Un abrazo...y gracias por leerme!

Yaerath